Bajo bandera negra by L. Ron Hubbard

Bajo bandera negra by L. Ron Hubbard

autor:L. Ron Hubbard
La lengua: eng
Format: epub
editor: Galaxy Press
publicado: 2013-09-12T00:00:00+00:00


CAPÍTULO SIETE

Bandera negra contra el rojo y el blanco

Nieves sobresale del mar como si fuera un cono invertido elevándose a casi mil metros de altura sobre el enérgico destello de la espuma blanca de las olas. Bristol estudió con desagrado la parte visible superior. El Falcon avanzaba lentamente contra el viento, pero ahora parecía que iba a paralizarse por completo.

Un buque británico de setenta y cuatro cañones, que al parecer salía de la bahía, surcaba las olas con viento a través. La enseña naval roja y blanca flameaba desafiante en la perilla del mástil y las velas tensas presentaban una sólida pirámide de color blanco.

El Falcon era más que capaz de medirse con el buque de guerra, pero lo más probable es que no tuviera ningún botín a bordo. Además, Bristol tenía otras cosas en la cabeza.

Los artilleros negros, que habían sido instruidos, ponían picas y alfanjes a buen recaudo y revisaban los cañones de siete pulgadas de diámetro para asegurarse de que estaban preparados. Trabajaban con rapidez y armonía, sin agitación ni temor aparente. Pero Bristol sabía que una batalla lo debilitaría en gran medida, y antes de que se oyera la primera andanada cambió de planes.

Iba a tener que desembarcar e intentar sacar a Lady Jane de Charlestown. Por más que le hubiera gustado darle una buena lección a Sir Charles, sabía que no tenía más remedio que renunciar a ese placer.

El intendente izó la bandera a toda velocidad, que al llegar a lo alto del mástil se desplegó y a la vista de todos quedó la bandera negra.

—Vira un poco a babor —le dijo al timonel.

El Falcon se desvió levemente para salir al encuentro del buque de guerra. En el combés, los capitanes de artillería negros soplaban las mechas crepitantes, preparados para introducirlas en el oído de los cañones.

Bristol se quitó la capa marina y aflojó el estoque en la vaina. El viento azotaba el ala ancha de su sombrero ladeado, levantándolo por delante. Su rostro era impasible, a pesar de que pronto advirtió que aquel buque era el Terror. Pero si volvía a estar en manos británicas, ¿qué habría sido de Bryce?

En lo alto del mástil británico ondeaban diversas banderas señalizadoras. Estaba tan cerca que Bristol no necesitaba ningún catalejo para interpretar la señal. La combinación de los dos gallardetes de vivos colores ondeando en el cielo azul significaba «Acérquense».

—¡Preparen las mechas! —gritó Bristol a los artilleros—. Viraje a babor —le dijo al timonel.

El buque de guerra orzó y se acercó un poco más, las velas se agitaron. El Falcon se dirigió a él con cautela. Poco después, sólo seis metros separaban los dos barcos.

—¡Ah del Falcon! —gritó el teniente Ewell desde la barandilla del buque—. ¡Exijo que se entreguen!

Bristol esbozó una sonrisa pétrea.

—Tengo todos los cañones preparados. ¡Si tiene algo que decirme, dígalo!

El teniente Ewell miró al hombre que tenía a sus espaldas, el capitán Mannville. Después ahuecó las manos alrededor de la boca y gritó:

—Bryce se encuentra prisionero en Charlestown. Si se entregan, el Rey le concederá clemencia.



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